miércoles, 13 de junio de 2012

EXPEDICIÓN A MONTEAGUDO EN BUSCA DE LOS AUROROS




Por su interés, reproducimos aquí una narración del historiador Irlandés Walter Starkie (Dublín 1894. Madrid 1976, y que cuenta el viaje realizado por él y por su amigo Carlos Ruíz Funes a Monteagudo, un sábado de Gloria y en busca de los Auroros de Monteagudo. 





EXPEDICIÓN A MONTEAGUDO EN BUSCA DE LOS AUROROS

El Sábado de Gloria, por la noche, Carlos y Pepe organizaron una expedición al vecino pueblo de Monteagudo para oír a los auroros su canción ritual de la madrugada de Pascuas. Después de medianoche emprendimos la marcha. Nuestro medio de  transporte estaba en consonancia con nuestra expedición para descubrir la música tradicional de los humildes cantaores de madrugada, porque sé  trataba de un carro y un  burro. El burro al que yo llamé «Dapple», pensando en el fiel compañero de Sancho Panza, era un animal flaco gris y blanco, de expresión sardónica y con unas orejas que parecían batir palmas en respuesta a las continuas preguntas que su amo le dirigía. El amo, Benito, tenía toda la  tunantería del aldeano murciano y hablaba un panocho cerrado. Era como una reproducción arrugada de Sancho, con un rostro de color de manzana camuesa, una colilla colgando siempre de un lado de la boca y la boina inclinada con atrevimiento. Nos contó durante el viaje toda una serie de anécdotas de la vida privada de todos los de la aldea y siempre que tenía que darnos unos detalles escabrosos en su cronique scaridaleuse preparaba sus observaciones llamando la atención del burro. Este rascaba entonces el suelo con sus cascos, movía las orejas y, en alguna ocasión, cuando su amo se propasaba, rebuznaba  tristemente…como  protestando. Al seguir camino adelante hacia la aldea de la montaña la noche resonaba con los chistes de Pepe Ruiz-Funes y las anécdotas y las canciones de Benito que cantaba al fustigar al burro con el látigo”:
Para cuestas arriba
quiero mi burro;
que las cuestas abajo'
yo me las subo.

Era negra noche cuando llegamos al pueblo de Monteagudo, acurrucado al pie de su gigantesca espuela. No se veía un alma y nos parecía que éramos conspiradores haciendo una incursión secreta al invadir la aldea dormida.  En un rincón de la plaza encontramos a un grupo de hombres envueltos en  capas: eran nuestros amigos los auroros con su director  Juan Pedro, que a la sazón llevaba la vieja y tradicional  linterna para  alumbrar a la banda.

Después de golpear violentamente en la puerta de una  taberna del vecindario y despertar los ecos dormidos, fuimos admitidos por  un camarero medio dormido que nos preparó al  instante café y aguardiente de anís.
«Esto es la parte más  importante del ritual», murmuró Pepe Ruiz-Funes a mi oído mientras se disponía a preparar las mezclas alcohólicas. «Los auroros sufren de la garganta y necesitan un poderoso estimulante alcohólico antes de encontrar su duende».

                     

Cuando los auroros hubieron alcanzado el necesario estado de excitación empezaron todos a la vez e individualmente a soplar, gruñir y carraspear, terminando con unos  trinos como de pájaro. Había llegado la hora de dar la serenata al alcalde del pueblo. Esto también, de acuerdo con el ritual, había que hacerlo con toda discreción, por lo que nos deslizamos silenciosamente a lo largo de las estrechas calles obscuras guiados por el
director  Juan Pedro. Debajo de la ventana del alcalde empezaron su canto polifónico y entonaron la Salve de San José en honor del primer ciudadano de Monteagudo. La solemne canción repercutió y el eco la repitió por todas las callejuelas obscuras. Hubo un ruido de ventanas abiertas y vimos varias cabezas femeninas mirándonos de todas partes.

A la grisácea luz de la  aurora que se acercaba, los cantores parecían una banda de ladrones decrépitos, de Rip Van Winkles, que  han despertado de pronto de su largo sueño en las montañas. Iban vestidos de negro, con blusas, y llevaban gruesas bufandas y sombrero de fieltro también negros.  Juan Pedro, bronceado, de facciones acusadas, ojos de halcón, y expresión irónica, llevaba en la mano una campana como las que se usan en las subastas. Tras él se hallaba el miembro veterano de los auroros, el anciano Nares, pálido, el pelo blanco, que tenía  durante el canto una expresión extasiada. La mayor  parte de los demás  auroros eran" clásicos campesinos, morenos como moros, con los rostros curtidos por los años de trabajo en los campos. Cuando descansaban  entre canción y canción lo hacían a estilo moro, poniéndose en cuclillas. La característica más impresionante de los auroros era el uso que el director hacía de la campana. Con ella daba el tiempo y el ritmo a los  auroros y por esta razón se le llamaba campanero, así como antiguo; no obstante, el empleo de la campana se limitaba a las canciones de regocijo como la Salve y dejaba de emplearse en la correlativa y otras canciones del .Jueves Santo.


Después de cantarle al alcalde y terminada la ronda de bebidas acostumbradas subimos hacia la capilla, detrás de los auroros que andaban al paso  tras el  estandarte rojo del grupo. Entonces  cantaron el Ave María, y la campanilla de  Juan Pedro se agitó sin cesar dando ritmo al coro polifónico. El cielo se  tornaba azul y verde, estriado de rosa, y me acordé de la descripción que hace Homero del «amanecer de dedos rosados». Cruzamos un grupo de mayores envueltos en sus velos negros y jornaleros que se descubrían y santiguaban al pasar la procesión, porque es tradición en los auroros desfilar cantando en procesión, cuando uno de los de  la hermandad muere o cuando el  estandarte de Nuestra Señora del Rosario, la patrona de los auroros, va con ellos. Los pájaros empezaron sus gorjeos en respuesta a los cánticos. Al subir lentamente la procesión por la estrecha calle, contemplé el vasto panorama que se extendía a mis pies en la falda de las distantes montañas.  El cielo, de color rosa se volvió dorado, y pude distinguir una sinfonía de verdes, desde el verde de la hierba y de los árboles al verde irreal del cielo a occidente. Aquí y allá, se destacaban en la verde llanura las siluetas solitarias de las palmeras, y por encima de  la ciudad blanca y rosada se yergue la  torre de la catedral de Murcia que brilla bajo el sol y se transforma en el tema central del paisaje, mientras el resto del llano está moteado de aldeas como manchones blancos y rosados. El sol al ascender llameante, consigue transformar el paisaje en  un desierto y la ciudad en un poblado moruno, mientras la lejana Sierra cambia su color rosa por el cobre bruñido de las montañas del Yemen. En la capilla, los auroros cantan el himno Santo Dios a  un lado del altar, y cuando el vicario José Mulero, que procede del vecino pueblo de Puente Tocinos, ha dicho la Misa, siguen a su director fuera de la capilla y sin dejar de  cantar se dirigen al cementerio. Vamos siguiéndoles por  entre los limoneros; los auroros cantan ahora el Rosario y la voz de  Juan Pedro se eleva al falsete porque canta la quinta, una clase de vocalización  ritual según me explica mi mentor Antonio Garrigós, que camina a mi lado contándome con voz perezosa las bellezas de la naturaleza y la canción. Garrigós conoce las vidas de aquellos humildes trovadores y a todos los ha tenido como modelos de sus esculturas.


De pie en el centro del cementerio los auroros me rogaron que recitara una oración por los muertos, lo que hice en los términos  siguientes:
«Como humilde subdito británico pido en nombre del Señor Jesucristo paz eterna para los muertos en esta guerra mundial y también para los que murieron en la guerra española».

En respuesta a mi plegaria los auroros cantaron su conmovedor himno a los muertos, y al llegar a la verja del cementerio, el himno de Nuestra Señora de la Fuensanta, patrona de Murcia, para la paz del mundo, incluyendo en la letra las palabras «Viva Inglaterra». Al escuchar aquella extraña mezcla de polifonía popular instintiva y de melodía moruna con palabras primitivas, recordé las canciones medievales de Gonzalo de Berceo y especialmente los cánticos a Nuestra Señora de Alfonso el Sabio, que debió de -haber cantado infinidad de-veces allá arriba, en su castillo del peñasco de Monteagudo.




De regreso de Monteagudo-con nuestro carro y nuestro burro me asombré al descubrir la irónica relación que existía entre Benito y su asno.
Siempre que nos acercábamos a una taberna, el animal andaba más lentamente y acababa parándose ante la puerta. Ni amenazas ni latigazos le hacían dar un paso más…

« Es tan obstinado como el asno de Buridán», exclamaba Benito, «y a éste se le podía excusar porque era baturro»
«El hábito hace el monje», declaró Pepe riéndose. «El animal  sabe que nunca pasas ante una taberna sin ir a remojarte el gaznate»
-«¿Qué quiere Vd., señor Funes? Hemos de aprender hasta de los animales. Como  tú quieras, borrico».
Siempre que el borrico se detenía seguíamos su consejo y bebíamos vino de Jumilla y comíamos altramuces como si fuéramos verdaderos huertanos en día de fiesta. En el patio de una de las  tabernas estaban jugando a los bolos. El juego me recordaba uno que jugaba de pequeño y las grandes oportunidades que me ofrecía para apostar.
Decir, por ejemplo, «Echar a rodar todos los bolos», significaba empezar una pelea, y cuando un hombre dice que su  suerte ha cambiado, exclama: - «Múdanse los bolos». «Mándenos copas», gritó Benito en la jerga del juego, lo que significa: «"Vamos a apostar».
En un  instante nos vimos rodeados por un grupo de huertanos que apostaban cinco duros a cada tirada. Benito" no tardó en descubrir que su suerte había terminado y que los bolos habían cambiado.
« ¿Qué es lo que oigo?», me preguntó de pronto.
«Oigo rebuznar al burro», contesté.
—«Ya ve usted», exclamó  triunfante. «¿Había visto Vd. un borrico como éste? Mire: este animal es mejor que cualquier decidora dé buena ventura. Sabe cuando se me pone la suerte de espalda y cuando es hora de que me vaya a casa con mi mujer».

(Walter Starkie. In Memoriam Carlos Ruíz Funes y Amoros. Sombrerero, mecenas, humanista. Algunos Recuerdos murcianos. 1944-1945.
Extraido del Depósito Digital Institucional de la Universidad de Murcia. 

Imágenes de los Auroros de Monteagudo y de A. Garrigos, propiedad de ALAN LOMAX Fundation. 

lunes, 26 de marzo de 2012

MONTEAGUDO A TRAVÉS DE LA HISTORIA

PREHISTORIA, ÉL ARGAR, ASENTAMIENTOS IBÉRICOS


Monteagudo ha constituido un enclave excepcional a lo largo de la historia. Los primeros asentamientos humanos en la zona datan de dos mil años antes de Cristo. Esta afirmación se documenta a través de las secuencias estratigráficas obtenidas en las distintas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo.  Se han encontrado restos de una necrópolis argárica ( 1700-1200 AC) , localizada en la falda oriental del cerro. así como una amplia gama de utensilios prehistóricos de la edad del Bronce (  hojas de alabarda, puñales y brazaletes de bronce, cuchillos de silex, punzones, vasijas..)     
 

 En los recientes trabajos arqueológicos  llevados a cabo en el solar de la antigua iglesia de S. Cayetano se han documentado restos  atribuibles culturalmente a la cultura Argárica y a Edad del Bronce. El hallazgo más notable de estas últimas excavaciones fue un botón de oro que tipológicamente tiene sus mejores paralelos en el llamado Tesoro de Villena.
La mayor parte de estos hallazgos se pueden contemplar en el Museo Arqueológico de Murcia.


Se ha evidenciado arqueológicamente la ocupación ibérica de la falda meridional del cerro. Desde un punto de vista estratigráfico, puede estructurarse en dos niveles: el más antiguo, datable hacia el siglo IV     a.C., estaba integrado por una acumulación de fragmentos cerámicos, quizá un posible vertedero, depuesta sobre los restos de un muro. El más reciente podría fecharse hacia el s. I a.C. y muestra estancias de planta rectangular, en uno de cuyos muros se recuperó un fragmento esculpido que, con probabilidad pudo pertenecer a un monumento funerario. 




 Los referidos restos de hábitat pudieron pertenecer al poblado ibérico, enclavado en la zona suroriental de la ladera. Junto a este poblado, una necrópolis, que pudo estar situada en la zona occidental del castillo, en las inmediaciones del actual cementerio. En esta zona aparecieron en 1976 los restos fragmentarios de tres esculturas en piedra, conservadas en el Museo de Murcia. Anteriormente, en excavaciones llevadas a cabo hacia 1923, fueron encontradas otras esculturas ibéricas. En 1956 se recuperó una cabeza femenina velada y la parte posterior de otra en el jardín de una casa del pueblo y en el Castillejo, respectivamente. 
Otros muchos restos de adscripción ibérica acreditan la vitalidad económica del asentamiento. A destacar un "braserillo" o recipiente ritual broncíneo con asas de manos procedentes de una sepultura de la necrópolis adyacente al castillo.

(Noticias en la prensa.Diario La Opinión de Murcia.Hallazgos de restos argáricos) . 

LA HERENCIA ROMANA. 




Solar donde se asentaba la antigua Iglesia .Hoy sólo queda la Capilla de S. Cayetano. Aquí han aparecido importantes restos romanos, que datan del s. I d.C.  En la actualidad la zona excavada está ocupada por el Centro de Visitantes de San Cayetano ( imagen de la derecha).  En la actualidad cerrado y a la espera de dotarlo de contenido. 


De gran interés para el conocimiento de Monteagudo en época romana son los resultados de las excavaciones arqueológicas acometidas en 1999 y 2001 en la plaza ocupada por la antigua iglesia de S. Cayetano. En ellas se han constado los restos de varios edificios que, construidos con sólidos muros de mampostería , podrían fecharse en las primeras décadas del siglo I d.C. Estos edificios se abrían a sendas calles perpendiculares entre sí; la principal, orientada de Este a Oeste y de unos tres metros de anchura, estaba pavimentada con bloques poligonales de pizarra local, contaba con aceras de unos 50 cm dce piedra arenisca y una pequeña red de alcantarillado; la otra repite caracteres similares , aunque mide 1,6 m de anchura y carece de drenaje y de aceras. Tecnológica y tipológicamente estas calzadas recuerdan de inmediato las constatadas en época del emperador Augusto en la ciudad de Carthago Nova, actual Cartagena  y capital de la región en aquellos tiempos.  Estos testimonios ponen de manifiesto la existencia de un asentamiento urbano de cierta envergadura, con un diseño urbanístico de carácter ortogonal bien organizado y planificado , en la ladera meridional y oriental del cerro en los inicios de la época imperial romana. Ello es indicio de que, muy probablemente en coincidencia con la reorganización administrativa de la península Ibérica emprendida por el emperador Augusto, el viejo poblado ibérico fue sustituido por una entidad urbana, cuyo estatuto jurídico es imposible determinar ante la carencia de cualquiera otra información. 

(J.Miguel Noguera Celdrán. Folleto editado por la Junta Vecinal de Monteagudo. Monteagudo Argáricos, íberos y romanos)






Columnas dóricas. Iglesia de S. Andrés.


Juan Lozano, en Bastitania y Contestania del Reino de Murcia-Volumen II- concluye que hay evidentes pruebas que confirman la población romana en Monteagudo: "con efecto la serie de hallazgos romanos es considerable. Parece esta pequeña población una rica mina de antiguedades. Las columnas de orden Dórico, jaspe encarnado, color remiso, que hoy adornan la fachada de PP. Agustinos de Murcia (*), ¿ no fueron desenterradas al pie del monte, y Castillo, de este pueblo después del año 1760? ¿ No se ven hoy capiteles de columnas de orden corinthio, al rededor de la Iglesia?"
Se refiere también Lozano los Castillos de Monteagudo y los vincula a la época romana: " Tiene además sus dos castillos. En la eminencia uno, otro en una pendiente. El primero con sus muros del todo Romanos. Es, y asido fortaleza inexpugnable, aun despues de la restauracion. El segundo tiene argamasas, tapia firme, buen diametro y aqueductos subterraneos, que se dirigen al declive meridional, donde se manifiesta obra subterranea también, que ofrece la idea de Termas Romanas. Su vecino el Castillo de Larache, señorío del Caballero Saurin, ya nombrado antes; aun que tiene nombre Árabe, tiene también rasgos romanos"
(*)En la actualidad Iglesia de S. Andrés, de Murcia.



LA ÉPOCA MUSULMANA. 


Con la llegada de los musulmanes el lugar adquirirá gran importancia al construirse un conjunto de fortalezas que constituían una línea defensiva destinada a proteger toda la vega murciana y los distintos caminos que unían Murcia con Orihuela. Dicha línea estaba conformada por los castillos de Monteagudo, el Castellar, Castillar ó Castillejo, y el de Alharache, Alabrach ó Larache. Según el profesor Torres Fontes, las primeras noticias que tenemos del castillo de Monteagudo datan del año 1078-1079 en que, al ser destronado el reyezuelo de Murcia Abu Abderramen Ibn Tahir por Ibn Ammar, visir del rey al-Mutamid de Sevilla, fue encarcelado en dicho castillo.
En el siglo XII Muhammad Ibn Sad Ibn Mardanix (1147-1171), conocido por los cristianos como el rey Lobo, mandó construir las estructuras que actualmente conocemos. Posteriormente, en los inicios del siglo XIII, el poeta cartagenero Abu-l-Hasam Hazim al-Qartayanmi nos describe esta fortaleza que denomina Montacud, así como la de Hissn-ul-farach ó Hins al-Faray (“casa de recreo y de labor”), que puede ser el de Larache, aunque otros autores lo hacen derivar de Alarich (“huerto de flores y jardín”), y que parece ser fue residencia de la familia real. Con respecto al Castellar, Abelardo Merino considera que debió ser construido “... en los últimos días del poderío almohade”, y Torres Balbán, citado por Torres Fontes, plantea que esta construcción también data de la época del rey Lobo.
Tras la conquista de Murcia por los cristianos el castillo de Monteagudo fue residencia por cortos periodos de tiempo del rey Alfonso X el Sabio, como demuestran los documentos fechados en este lugar en diferentes días del mes de junio de 1.257. En la tercera partición de la huerta y campo de Murcia realizada el año 1268, la fortaleza con sus viñas y tierras de secano (conjunto con mas de 600 tahullas) pasará como donadío a la reina doña Violante, aunque, como consecuencia de la rebeldía de la reina, el Real de Monteagudo volvió a la Corona, asignándose a su custodia un alcaide real. Posteriormente, siendo rey Sacho IV, pasó a ser propiedad de doña María de Molina, hasta que Fernando IV se lo cede al Obispo de Cartagena que toma posesión de la fortaleza en 1.321. Poco tiempo después, dada su importancia estratégica, pasará nuevamente a poder real, constituyéndose, según Torres Fontes, en el baluarte que controlaba las incursiones oriolanas en la huerta murciana, siendo también un instrumento decisivo en las luchas que se produjeron en el reino de Murcia en los años 1448 y 1449 , cuando Juan Ide Navarra ocupó la ciudad de Murcia, aunque tuvo que abandonarla cuando las huestes del Condestable Luna y el Adelantado Mayor del Reino Don Pedro Fajardo ocuparon el castillo de Monteagudo.
Unida a esa importancia militar y estratégica, las crónicas medievales nos dan cuenta de la existencia a extramuros del castillo, en la falda del cerro que da a mediodía, de una importante ciudad con el mismo nombre, si bien tras la conquista de Granada y la unión de Castilla y Aragón con los Reyes Católicos se llega a la desaparición de la inseguridad reinante en este territorio, y, por tanto, al abandono de la fortaleza, de la que fue su último alcaide Don Juan Chacón, muerto en 1503. Consecuencia de todo ello es también la decadencia de la ciudad, que quedó reducida a un pequeño caserío.

EDAD MODERNA HASTA NUESTROS DÍAS 
En el siglo XVIII Monteagudo tiene la consideración de lugar de realengo con alcalde pedáneo. Posteriormente, en el denominado Trienio Liberal (1820-1823), conformará su propio ayuntamiento, aunque esta situación duró poco tiempo, pasando a depender nuevamente del municipio de Murcia. Concretamente en el R. Decreto de 21 de abril de 1834, por el que se realiza la subdivisión provincial de juzgados de primera instancia, en Murcia se incluye el Esparragal y la Diputación de Monteagudo.
Imagen de Monteagudo
A mediados del siglo XIX Pascual Madoz nos deja constancia de que Monteagudo tiene 240 casas, en las que residen 380 vecinos (928 almas); una Iglesia bajo la advocación de Ntra. Sra. de la Antigua que es aneja de la parroquia del Esparragal, siendo sus tierras casi todas de moreral de riego de excelente calidad, regadas por las acequias de Churra la Nueva, Zaraiche, Azarbe del Merancho y por el Azarbe de Monteagudo, contando en algunas de sus colinas con plantaciones de “nopales” que producen gran cantidad de higos chumbos. Además de éste último producto también se constata el cultivo de trigo, maíz, hortalizas y pimientos, siendo importante su producción de seda.
En el presente siglo se constata un continuo crecimiento poblacional, pasándose de los 1.600 vecinos del año 1900 a los 4.758 habitantes de 1960. Este incremento se mantiene hasta 1970, año en el que solo constan 3.075 habitantes, pudiéndose deber este descenso a la remodelación de los límites de la pedanía, en la que el nomenclator de 1960 incluía una entidad singular denominada Zarandona que no aparece en el de 1970. A partir de éste último año las cifras de población se estabilizan en torno a los 3.600 habitantes. Concretamente en la última renovación padronal realizada en 1996 figuran inscritos 3.658 vecinos, que se distribuyen entre los núcleos de población de Monteagudo, La Cueva, Las Lumbreras y el diseminado de la Huerta de Monteagudo. El sector de actividad que mayor población ocupa es el comercio y la hostelería, seguido de otros servicios, industria manufacturera, construcción y agricultura, destacando en este último sector el predominio de las plantaciones de limonero y naranjo, presentando también una especialización en cultivos de hortalizas (acelga, lechuga, tomate, judía verde), denotándose un enorme retroceso en los cultivos tradicionales de maíz y alfalfa.
Cuando hablamos de Monteagudo no podemos dejar de mencionar una singular construcción que desde principios del presente siglo caracteriza a esta pedanía: la imagen del Sagrado Corazón de Jesus. La primitiva construcción fue inaugurada el 31 de octubre de 1926, siendo su peso de 20 toneladas. Estaba conformada por el Cristo con los brazos abiertos, las imágenes de San Francisco de Asís y de San Francisco Javier, dos indios en actitud de oración y un relieve de Santa María de Alcoque en el pedestal. Fue demolida por acuerdo municipal de 11 de septiembre de 1936. La actual imagen, alzada en el mismo centro del castillo, fue inaugurada el 28 de octubre de 1951.



(Datos obtenidos de la web municipal - www.murcia.es -con texto de Manuel Herrero Carcelén). 

martes, 20 de marzo de 2012

SITUACIÓN


 
ESCUDO DE ARMAS
Escudo partido:
1°. En campo de sinople, tres castillos de oro, almenados, mazonados y aclarados de gules.
2°. En campo de púrpura, un cerro de su color, sumado de un Cristo de plata.
3°. Entado en punta, un lobo de sable en campo de plata.
4°. Un cabrio de azur, con tres crecientes ranversados de plata y tres cruces llanas de gules.
5°. Sobre el todo, un corazón de gules, cargado de un león rampante de oro que sostiene
una flor de lis, también de oro. El corazón está timbrado por una corona real abierta.
6°. Por timbre, una corona real de España cerrada, que es un círculo engastado de piedras preciosas, compuesto de ocho florones de hojas de acanto (cinco vistos), interpoladas de perlas y de cuyas hojas salen otras tantas diademas, sumadas de perlas, que convergen en un mundo de azur, con el semi meridiano y el ecuador de oro, sumado de una cruz de oro y la corona forrada de gules.
2. Significado
Los tres castillos representados en el primer cuartel hacen referencia a las tres fortificaciones que tuvo Monteagudo: el castillo, el Castillejo y Larache. Se ubican sobre un campo sinople (verde) que simboliza a la vez el color musulmán por excelencia y el de la huerta murciana, ambos tan importantes para la historia de la localidad.
El distintivo más característico de Monteagudo está representado en el segundo cuartel del escudo: el cerro sobre el que se ubica el castillo..coronado del Sagrado Corazón de Jesús.
En la enseña municipal también aparece un lobo, en recuerdo del rey musulmán de apodo homónimo, el cual habitó el castillo y estableció su residencia temporal en el palacio del Castillejo.
Las tres lunas representan los tres siglos de presencia musulmana en el castillo de Monteagudo, igual que las cruces evocan su hábitat cristiano, una por cada siglo.
Finalmente, el corazón del centro del escudo simboliza a Alfonso X el Sabio, tan relacionado con la historia d.e Monteagudo y su castillo, de la misma forma en que se representa en el escudo de armas que Felipe V concedió a Murcia en 1709. Queda así también integrado en la enseña de Monteagudo el municipio del que forma parte la Pedanía.




La pedanía de Monteagudo está situada al NE del término municipal de Murcia, a una altitud media de 50 metros sobre el nivel del mar. Tiene una superficie aproximada de 5, 172 km2 y se encuentra limitada al  Norte y Este por la Pedanía del Esparragal; al Noroeste por la pedanía de Cabezo de Torres; al Sudoestepor la pedanía de Zarandona; y, al Sureste por la de Casillas. 

Tiene cerca de cuatro mil habitantes, distribuidos entre los tres núcleos de población que conforman la Pedanía: Monteagudo, La Cueva y Las Lumbreras.
 El sector de actividad que mayor población ocupa es el comercio y la hostelería, seguido de otros servicios, industria manufacturera, construcción y agricultura. En este último sector,  especialmente importante hasta hace pocos años, destacan las plantaciones de limoneros y naranjos, junto con el cultivo de una variada gama de hortalizas ( patatas, acelgas, lechugas, repollos,  coliflores...), denotándose un enorme retroceso en los cultivos tradicionales de maíz y alfalfa. 
 

La historia de Monteagudo está cargada de acontecimientos especialmente importantes en la historia de Murcia. Su posición estratégica hizo que fuese habitada desde tiempos muy primitivos (vestigios argáricos). Posteriormente distintos pueblos se han asentado en la zona, quedándonos importantes testimonios de su presencia:  Destacables son sus restos romanos y , como no, la huella musulmana, con sus castillos como referente básico y con la herencia en el ámbito de la agricultura. 

                                








LOS CASTILLOS DE MONTEAGUDO


EL CASTILLO DE MONTEAGUDO. La fortaleza. 


Está situado sobre una gran roca de 149 metros de alto y unos 100 metros de ancho. Desde sus murallas puede contemplarse todo el valle del Segura. Se sabe que ya en tiempos de la prehistoria, esta singular montaña estuvo habitada.  Esta fortaleza fue construida entre los siglos XI al XIII. Está dividido en tres recintos. El primero tiene cinco torres en la muralla, el segundo está más elevado y cuenta con depósitos y otros habitáculos donde se guardaba el grano de las cosechas. En el tercer recinto hay diez salas con bóveda en el techo.

Se trata del punto más fuerte de terreno de toda la vega de Murcia, siendo además su atalaya, en la que se realizaron las obras oportunas para cerrar el paso a cualquiera que intentara apoderarse de ella. Según los escritores árabes por el año 1078, el régulo de Murcia Ibn Tahir es enviado prisionero a esta fortaleza por el visir de Almitamid de Sevilla en las tierras murcianas; más tarde en 1172, los almohades antes de entrar en Murcia acampan en Monteagudo.
Tras la conquista de Murcia por los cristianos, el castillo de Monteagudo fue residencia por cortos periodos de tiempo del rey Alfonso X El Sabio y en este castillo firmó varias cartas reales, como lo demuestran los documentos fechados en Monteagudo en diferentes días del mes de Junio de 1257. 


Años más tarde ( 1268) se produce la tercera partición de la huerta y campo de Murcia. La fortaleza con sus viñas y tierras de secano ( conjunto con más de 600 tahúllas) pasará como donadío a la reina doña Violante, aunque, como consecuencia de su rebeldía, este Real de Monteagudo, volvió a la Corona, asignándole a su custodia un alcaide real.  Posteriormente, siendo rey Sancho IV, pasó a ser propiedad de de doña María de Molina, hasta que Fernando IV se lo cede al Obispo de Cartagena ( a cambio del Castillo de Lubrín, entre Vera y Almería)  que toma posesión de la fortaleza en 1321.  Dada su importancia estratégica, pasará nuevamente a poder real, constituyéndose, según Torres Fontes, en el baluarte que controlaba las incursiones oriolanas en la huerta de Murcia, siendo también instrumento decisivo en las luchas que se produjeron en el reino de Murcia en los años 1448 y 1449, cuando Juan I de Navarra ocupó la ciudad de Murcia, aunque tuvo que abandonarla cuando las huestes del Condestable Luna y el Adelantado Mayor del reino D. Pedro Fajardo ocuparon el castillo de Monteagudo.
Unida a esa importancia militar y estratégica, las crónicas medievales nos dan cuenta de la existencia a extramuros del castillo, en la falda del cerro que da a mediodía, de una importante ciudad con el mismo nombre, si bien tras la conquista de Granada y la unión de Castilla y Aragón con los Reyes Católicos se consigue la desaparición de la inseguridad reinante en este territorio, y , por tanto, el abandono de la fortaleza, de la que fue su último alcaide D. Juan Chacón, muerto en 1503.

EL CASTILLEJO. 


A unos cuatrocientos metros del Castillo principal de Monteagudo se encuentra este edificio situado sobre un cerro alargado de menor altura y laderas suaves.
En la parte superior se encuentran las ruinas que fueron excavadas por D. Andrés Sobejano, en los años 1924-1925 por encargo de la Junta Superior de Excavaciones y Antiguedades. De la exploración surgieron los restos de un palacio de 61x38 metros, orientados los costados menores a noroeste y sudeste.


Se trata de una construcción fortificada con torreones rectangulares, apareciendo dos en cada esquina, lo que da lugar a una solución en ángulo entrante. Torres Balbas calificó de originalísima a esta disposición  de torres, pues opina que no había observado este fenómeno en ninguna otra construcción a excepción del vecino castillo de Monteagudo. La perfecta simetría del edificio , en relación con sus ejes longitudinal y transversal es de destacar. La entrada al palacio se sitúa en el centro del frente largo del nordeste, encuadrada por dos torreones macizos; similar disposición se da también en el lateral opuesto, pero abriéndose entre los dos torreones a modo de balcón. 


Este tipo de patio responde al gusto islámico de fundir en íntima coexistencia la naturaleza y la vivienda, prodigándose en ellos las fuentes, albercas y canalillos que unian los exteriores ajardinados con los pabellones cuadrados que sobresalen en los extremos cortos; pabellones columnados que a modo de intruso penetran en la vegetación ajardinada y donde el agua entra como si de exterior se tratara.
El patio de este palacio es motivo de especial interés, pues constituye el ejemplo más antiguo de los llamado "de crucero" que tenemos documentado en al-Andalus. Se consideran así a los patios rectangulares con andenes o paseos en sus dos ejes normales, dubujando en planta una cruz, otro paseo o acera bordeaba interiormente los muros del palacio. Quedaban así limitados entre éstos y los brazos de la cruz, cuatro cuadros o arrietes para vegetación.
Su construcción se remonta al siglo XII . Lo verosimil es suponerle construido durante el gobierno del emir  Ibn Mardanish ( 1147-1171), el Rey Lobo  para los cristianos, tributario de sus monarcas, enemigo acérrimo de los almohades y dueño de todo el oriente de la España musulmana.  Fue diseñado como palacio de recreo situado en el centro de una vasta almunia que comprendía terrenos de secano y áreas irrigadas mediante estructuras hidráulicas. 


Sus ruinas constituyen un testimonio excepcional que vienen a ilustrar uno de los periodos peor conocidos de la evolución de nuestro arte musulmán: del comprendido entre la construcción de la Aljafarería de Zaragoza ( 1049-1082) y la invasión del arte almohade, formado, al parecer, en sus líneas fundamentales, al otro lado del Estrecho. Como obra arquitectónica de este arte, llamado almorávide conocíamos solamente la mezquita mayor de Tremecén, terminada en 1136; el Castillejo nos proporciona un palacio fortificado del siglo XII, antecedente del famoso de la Alhambra. La disposición de su patio es idéntica a la de los Leones del alcázar granadino; idénticos los estrechos pasadizos que bordean sus costados largos; idéntica la disposición de los pabellones salientes, de salones tras estos y de crucero en el patio.



EL CASTILLO DE LARACHE 


Muy cerca del Castillejo, está emplazado sobre un pequeño cerro de unos sesenta metros de altitud. Su construcción se fecha entre finales del XII y principios del XIII.  De planta cuadrada , con dos zonas amuralladas  y no tiene torres. 






Conocido también como Alharache y Alabrache , fue casa de labor y de recreo probablemente, que existía ya en tiempos de los romanos, y así lo demuestran sus cimientos. Según un viejo documento manuscrito, dependía del castillo de Monteagudo y era residencia alguna vez, del castellano y más frecuentemente de sus mujeres y familia. Llama la atención de que el nombre de esta casa de recreo sea el mismo que tiene una ciudad de la vecina costa africana. Según los académicos la historia, la etimología debe buscarse en ALARICH, que quiere decir "huerto de flores", o sea, jardín. 



TRADICIONES FESTIVAS

Monteagudo celebra sus fiestas patronales en Agosto,  en honor a San Cayetano y la Virgen de la Antigua.  De fuerte arraigo popular, en otro tiempo constituía un acontecimiento esperado en toda la huerta de Murcia. Desde los más recónditos lugares de nuestra vega, venían peregrinos a realizar la ofrenda de trigo a la imagen del Patrón. La romería, las ofrendas y exvotos, los puestos de sandías, el estruendo de la pólvora, la procesión del santo  han sido un gran y grato acontecimiento para los murcianos. 
Todas las ofrendas eran subastadas y lo obtenido se dedicaba para que el cura pudiera atender las necesidades de limosnas, ayudas a necesitados y para el mantenimiento del culto.
También famosa por sus melones de agua. Hermosas sandías se amontonaban en los puestos que se ubicaban a lo largo de la Carretera de Alicante.  
Entre las curiosidades  destacamos la antigua costumbre-ya desaparecida- de lanzar sobre la cabeza del santo  una lluvia de productos: almendras, garbanzos, higos de pala, tomates, anises, peladillas y, hasta melones de agua.
Una singular manera para pedir y propiciar la tan necesaria agua en una región seca.

 S. CAYETANO. PATRÓN DE MONTEAGUDO. 

Nació allá por el año 1480, en Vicenza, por aquellos tiempos ligada a la denominada República de Venecia.  Estudió Derecho en la universidad de Padua, doctorándose en las ramas de civil y eclesiástico.Su trabajo para el pontífice le obliga a residir en Roma.  Hacia 1524 renuncia a todas sus riquezas y funda una orden de clérigos regulares con voto de  pobreza. Es la llamada Congregación de los teatinos, que se establece en Murcia a principios del siglo XVIII, en un convento próximo al Santuario de la Fuensanta.  Falleció un día 7 de Agosto  de 1547, a la edad de 77 años.  Tuvo que transcurrir más de un siglo para que fuese canonizado ( 1671).

Iglesia de San Cayetano [Murcia_Monteagudo]_ 
  
El primer documento que da cuenta de su existencia, como titular de la parroquia de Monteagudo, se halla en el Archivo Municipal de Murcia  y data  del 29 de Marzo de 1659. Se registra que Francisco de los Reyes pide y se le concede licencia para obrar una ermita en Monteagudo, con la advocación de Nuestra Señora de la Antigua. En 1733 aparece otro documento en en que se solicita y obtiene terreno para la ermita. Tanto la ermita como la imagen eran tuteladas por el Cabildo Catedral de Cartagena, que nombraba un comisario capitular para el culto y la veneración, así como para organizar las fiestas anuales del 8 de Mayo.
Tras la guerra civil, Nicolás Martínez talló una imagen, que posteriormente fue sustituida por la de Juan Lorente Sánchez, que es la que actualmente se venera .


BANDOS PANOCHOS DE DIMOBER. ( DIEGO MORALES BERNABÉ) 



Cuando hoy dormía la siesta 
a la sombra la morea
me despertó un zagal
de la comisión  h` fiestas, 
Que tengo que icir argo
en el libro de las fiestas
pa que Montagut se entere
y los que venga h´ajuera.
Me se ocurre una idea
pa que lo lleven en lenguas,
en los bentorrillos rumeen.
en barberías y tiendas.
Que mientras Montagut sea Montagut
no se queará sin fiestas
por eso tenemos...melones
y...nabos, plantaos en la güerta, 
aunque agua no traiga el brazar
regamos, con agua meaos;
que corre por la cieca.
...
Y como, semos tan güenazos 
y no queremos peleas
con un abrazo muy juerte
a toiquios, embitamos a las fiestas. 
He dicho.   Dimober.